lunes, 15 de noviembre de 2010

Juan Filloy

Las siguientes recomendaciones llegan por mail semanalmente a todos los contactos de correo elctrónico.

Hola compañeros Lectores!..Les comento que sus sugerencias ya estan agendadas, de a poco iremos cumpliendo sus pedidos!.....
Esta semana es el turno de Juan Filloy..
No hay más para decir, solamente : ¡¡Disfruten!!! Saludos!

Juan Filloy ("se pronuncia Fiyoy y no Filoy -suele aclarar- porque es gallego y no irlandés") nació en y vivió en Córdoba, Argentina.
Ejerció sin descanso y con igual entusiasmo el derecho y la literatura, y durante los 28 años en que se desempeñó como juez no publicó, aunque continuó escribiendo. Es posible hablar del “mito Filloy”, alimentado por múltiples factores: su asombrosa personalidad e inusual productividad, las características variadas de su obra así como su publicación errática, el escamoteado reconocimiento académico y el olvido casi generalizado de la crítica, el hábito de utilizar siempre siete letras en los títulos de sus libros y que al menos uno de ellos se corresponde con cada letra del abecedario, su fobia antiporteña, y su afición a la palindromía.
De joven fue también dibujante caricaturista, además de uno de los fundadores del popular Club Talleres de Córdoba (aunque jamás jugó al fútbol), el Golf Club de Río Cuarto, y el Museo de Bellas Artes de Río Cuarto.
Entre sus principales obras se encuentran: Periplo (1931), Estafen (1932), Balumba (1933), Caterva (1937), Los Ochoa (1972), Karcino (1988), Gentuza (1991), La Purga (1992).
Juan Filloy murió, mientras dormía la siesta, en la tarde del 15 de julio del 2000, pocos días antes de cumplir los 106 años de edad.


METÁFORA

Todavía no era más que una mueca en la boca de su madre. No había nacido aún. Ya engendrado en semejante mujerona- dos metros diez de altura- sólo causaba angustias y abatimiento. No paseaba cómodo en el útero de esa mole de carne blanca y lechosa.

Era una mueca, no una sonrisa. La amargaba trajinarse por Sao Paulo y Florianópolis exhibiendo su preñez descomunal. Por eso, con su marido holandés –también corpulento y albino. Resolvieron instalarse en una escondida playa brasileña.

Allí, en una destartalada cabaña de pescadores, circuida por una favela y tupido mato, fue casi instantáneo su adentramiento en la vida silvestre. Simplificaron al máximo su atuendo. Ella en especial, andaba día y noche bajo una flotante clámide blanca disfrutando en embarazo feliz.

Una metáfora trastornó todo. Una de esas metáforas que alucinan la realidad con su acierto y corporizan la imagen transferida. Alguien había propalado:

-Todos los mediodías sale una ballena del mar.

Y uno tras otro, los habitantes de la favela quisieron comprobarlo. Su impresión inmediata y súbita fue de que lo era, dado el enorme corpachón que veían sin tanga ni bikini.

Incapaces de concebir una mujer sin esas prendas, su convicción creció avizorándola tendida en la playa con su clámide mojada adherida como una segunda piel.

-Es una ballena pequeña desnuda.

-Nao. Tem roupa.

-Mentira. Nao se pode ver.

-Se pode. Es como una cuvertura de gaza.

-Tambem nao. Solo tem roupa de resplandores.



ÚNICO LENITIVO

Había terminado otra sesión- la quinta- con don Nazario Turquetti. Ni bien salió de su consultorio, caviloso el psicoanalista anotó en el legajo respectivo:

Son chances paradójicas cuantas uno propone al espíritu deprimido. La angustia no se borra infiltrando ideas de recogimiento, ni sugiriendo bálsamos aleatorios o panaceas futuras. La contaminación pesimista de la conciencia es tal que no es posible erradicar su morbo mediante conjuros inverosímiles. La voluntad enferma se empecina hurgando si propia llaga. Me siento sin armas para lograr éxito en este caso. Está netamente abierta la vía: la autodestrucción como único lenitivo.

Tal cual. Don Nazario Turquetti no volvió más a su clínica médica. Propietario de una sala cinematográfica en el centro de la ciudad, las couches sucesivas marcaron un crescendo terrible en el abatimiento, los negocios seguían cada vez peor, contraproducentes, acosado por deudas, impuestos, empleados y coimas, con balances feroces para su empresa.

Es tremenda la facilidad de desahogo de la depresión y la lucidez con que el desesperado se justifica. Un demonio profundo parecería coordinar sus argumentos y dictar sus palabras. Llegando a su departamento de solterón, su bolígrafo rodó fluidamente sobre el papel. Firmó su texto. Y sin hiato alguno, desde su noveno piso de la avenida del Libertador, se arrojó a la calle. Ésta es la carta que dejó al Juez:

No resisto. No doy más. Estoy requetefundido. Ya las pornochanchadas no atraen al público. No puedo hacer nada contra el boicot a las salas de exhibición. La gente está harta de bodrios sensuales, de coitos y masajes eróticos. La masturbación visual ha llegado a la náusea. ¡Caput el negocio del cine! El auge y esplendor de la televisión pone ahora al alcance de todos una inmensa y gratuita variedad de espectáculos. ¡A la mierda todo! Nazario Turquetti. Noviembre 20 de 1990.

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