sábado, 29 de mayo de 2010

Compartir Lectura II, por Liliana Comello

Miércoles 5 de mayo 2010

Un aire despejado corría camino al hogar de ancianos, no era el clima, era como el presentimiento de una buena jornada.
Me recibieron con afecto, desde la dueña del lugar hasta mis ya amigos mayores.
Apareció un primo que vive allí y me dijo, en tono de broma:
-¡Te veo cara conocida!
Y en serio:
-¡Estás más alta!
-Y si, crecí -respondí-
Quise poner música y el grabador del lugar no funcionaba, pero de repente salió como dispara una de las canciones que había llevado: salud, dinero y amor. Algunas abuelas cantaban y otra dijo sonriente:
- ¡Por más que lo cuidemos el amor, si se quiere ir se va!
Pedían música alegre, pero no se pudo, tengo que llevar mi equipo.
Renové el stock de revistas y estaban fascinados –llevé una lupa y la compartieron-.
La señora que en el encuentro anterior me preguntó, si eran para comprar, dijo:
-¡Son hermosas!
Luego leí el cuento que preparé para la ocasión: El anillo del rey.
Leí la primer página porque me pareció que hasta ahí, podíamos reflexionar sobre el cuento y su mensaje.
Quedaron pensativos y después empezaron a hablar…. Sobre un diamante, sobre el Rey, sobre la frase TODO PASARÁ…
Hablamos mucho- hasta me ofrecieron un mate, buena señal- la charla derivó en sus familiares.
Mi tío Félix -que vive allí-, siempre me da cátedra, hasta me contó un cuento.
El cuento decía algo así:
Había una vez un rey que tenía una hija coja y nadie en el reino se animaba a decirle que su hija era renga.
Entonces apareció un anciano y dijo:
- Yo se lo voy a decir.
Tomó dos flores y se las ofreció a la hija delante del rey.
- Escoja una de las flores.
Y fue así como el rey se enteró que su hija era renga.
Estuve una hora y me fui feliz… pero a veces el pájaro carpintero de la publicidad se escapa y llega hasta mi cabeza y me taladra la duda: ¿les sirve a ellos esto? ¿les sirve a ellos esto? ¿les sirve a ellos esto?
Todavía no me lo puedo responder.

Adjunto cuento: El anillo del rey, para quien tengas ganas.

EL ANILLO DEL REY
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre.
La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo: No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico.
Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino... De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía "ESTO TAMBIEN PASARA". Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
Escucha -dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.
Entonces el anciano le dijo:
Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
Liliana Comelio

No hay comentarios: